Neuschwanstein, el sueño de un Rey Loco

A 130 kilómetros al sur de Múnich, en la frontera con Austria, encaramado a una atalaya en la falda de los Alpes se encuentra el palacio que sirvió de inspiración a Walt Disney para la crear el castillo de la Bella Durmiente en 1959, con sus torres y patios de romántica fantasía.

Su artífice fue el rey Luis II de Baviera en la segunda mitad del S.XIX, apodado por sus súbditos “el Rey Loco”. Un monarca soñador y taciturno al que le gustaba más deleitarse con la música y la lectura que gobernar un reino. De carácter retraído y antisocial, estaba obsesionado con las óperas de Wagner, con quien mantenía una estrecha amistad. Más que preferir la compañía de iguales, buscaba refugio en el mundo imaginario de leyendas medievales de príncipes y princesas, como si deseara haber nacido unos siglos atrás.

El lugar elegido para alzar su castillo de cuento lo tenía en mente desde que era un niño, ya que pasó la infancia en el castillo de su padre en Hohenschwangau, un elegante palacio a los pies de un lago glacial. Desde su ventana observaba esas montañas del desfiladero de Pöllat, abrazado por los bosques del norte de los Alpes. Ciertamente es un paisaje de ensueño.

En 1869 encargó el diseño de un castillo de cuento de hadas a un escenógrafo teatral, ordenándole que proyectara un espacio más estético que funcional. Los doscientos dormitorios del palacio nos trasladan a otra época: camas con dosel y chimeneas, tapices de hadas y unicornios, lámparas bizantinas… Y el salón del trono, desde donde el monarca se sentaría como un personaje de un libro de Shakespeare.

El nombre del castillo significa “Nuevo cisne de piedra”, en honor al animal favorito del rey, el elegante cisne que surcaba las aguas del Alpsee, el lago cristalino que divisaba desde las ventanas de Neuschwanstein.

Pero no hay que dejarse engañar por su marcado aspecto medieval, por dentro Luis II lo dotó con numerosas comodidades extremadamente modernas para la época: calefacción central de aire caliente, luz eléctrica, agua corriente caliente y fría, desagües automáticos e incluso una línea telefónica. El Rey Loco nunca vio acabado su sueño y sólo pudo contemplarlo en obras. En 1886 murió ahogado en extrañas circunstancias, tras haber dejado las arcas vacías y empeñadas a la construcción de su palacio. Tenía 41 años. Poco después de su muerte fue abierto al público, siendo hoy uno de los monumentos más famosos y visitados de toda Alemania.

Si quieres ir por libre, aquí te enseñamos cómo llegar al Castillo de Neuschwanstein desde Múnich. Si quieres que despreocuparte, echa un ojo a nuestra excursión al Castillo del Rey Loco en español.